José María Laso
Prieto
Gramsci y la Cultura
En La hoja del Lunes el 27 de abril de 1987.
También en Mundo Obrero - 7 de Mayo de 1987.
Preparado para la edición digital por Carlos
Glz. Penalva
Se cumple ahora el cincuentenario de la muerte del gran filósofo
italiano Antonio Gramsci. Durante su breve vida (1891-1937), Gramsci
descolló en muy diversas actividades. Tras una etapa periodística
inicial, en la que ejerció con gran brillantez la crítica
teatral y literaria, llevó a cabo con especial rigor intelectual
una labor de esclarecimiento y crítica de los fundamentos sociológicos
de la cultura nacional italiana. No menor importancia revistió
su actividad política y social. Tras su ingreso en la Universidad
de Turín, Gramsci fue el inspirador y organizador de un renovador
núcleo intelectual que se aglutinó en torno a la revista
L'Ordine Nuovo. La singularidad de tal grupo es reconocida por el
liberal Gobetti, quien define la experiencia de tal revista «como
uno de los episodios más originales del pensamiento marxista
e, incluso, tal vez el primer ensayo de comprensión de Marx,
por encima de caducas ilusiones ideológicas, como suscitador
de acción». Oriundo de Cerdeña, Gramsci participó
inicialmente en el movimiento sardista que pretendía defender
los intereses de los isleños frente al expolio de los continentales.
Empero pronto superó esta fase primitiva de su desarrollo político,
para comprender la necesidad de una solución global a la problemática
de la sociedad italiana. En esa dirección, constituyó
una aportación interesante el conocimiento que Gramsci adquirió
de la obra filosófica de Benedetto Croce, ya que le permitió
profundizar en el estudio de los rasgos específicos de la cultura
italiana. La crítica demoledora que Gramsci realizó
posteriormente de algunas de las facetas más negativas de la
filosofía idealista de Croce no debe ocultarnos la contribución
de éste a su formación general. En realidad, Gramsci
siempre valoró la contribución de Croce a la lucha contra
el positivismo que entonces degradaba la cultura italiana. No menor
resultó su apreciación de la aportación laica
y civilista de Croce y su esfuerzo por obtener el restablecimiento,
en su lugar idóneo, de la actividad filosófica.
Sin embargo, Gramsci observó ya, en su contacto inicial con
el pensamiento de Croce, que «para él, toda concepción
del mundo, toda filosofía, es una "religión",
en la medida en que llega a ser una norma de vida, una moral».
Y aunque, posteriormente, Gramsci criticó a Croce por haber
hecho de la «religión de la libertad» la religión
de una minoría selecta, al no haber llevado ese movimiento
cultural hacia las masas, no por ello renunció a su retraducción.
Esa retraducción se hace tanto más necesaria para lograr,
a través de la obra de Croce y capitalizando su prestigio intelectual,
una vuelta a Hegel que depurase a la cultura y al marxismo italianos
de sus lastres positivistas. Operación, por otra parte, no
desprovista de riesgos, ya que en ella se basa la carga de voluntarismo
subjetivista que Gramsci arrastró en una amplia etapa de su
formación marxista. Sin que para ello supongan un obstáculo
sus. reminiscencias idealistas, desde 1918 opone Gramsci la «filosofía
de la praxis» a la ideología de Croce. En su pensamiento
confluyen ya entonces, en síntesis dialéctica, Croce
y Labriola. Se inicia así una etapa en la que, como en su día
expresó -el profesor Sacristán, «... toda la obra
de Gramsci queda estructurada por la finalidad de determinar un renacimiento
adecuado del marxismo y de elevar esta concepción filosófica,
que por necesidades de la vida práctica se había venido
`vulgarizando'; a la altura que debe de alcanzar para la solución
de las tareas más complejas que impone el actual desarrollo
histórico, es decir, elevarlo a la creación de una cultura
integral». Según Sacristán, «Gramsci cumplírá
esta tarea, de acuerdo con la inspiración básica de
Marx, no eliminando del marxismo el concepto central de práctica,
sino proporcionando la. más profunda concepción de ésta
que se ha alcanzado en la literatura filosófica marxista».
Lo que no significa en absoluto que Gramsci sea un pragmatista, ya
que, además de tener siempre presente la necesaria logicidad
formal, su primer problema -el de conjuntar ciencia y práctica-
se resuelve precisamente mediante una crítica del pragmatismo
y del positivismo en general. De este modo Gramsci profundizó
su posición juvenil, que se había caracterizado por
una fuerte reacción antipositivista, tanto en el plano filosófico-científico
como en el específicamente político. Su mordacidad frente
a las trivializaciones positivistas de un Achille Loria, se complementa,
muy coherentemente, con la crítica constante que realizó
contra el empirismo estrecho de los dirigentes de la 11 Internacional
que hizo a ésta inoperante.
La concepción que Gramsci tenía de la cultura se manifestó
en muy diversos aspectos de su obra: tratamiento de la función
de los intelectuales en la organización de la cultura, el componente
cultural de la hegemonía política, el concepto de cultura
nacional-popular, etc. Además, Gramsci terció en la
polémica que Tasca y Bordiga sostuvieron sobre la cultura.
Tasca defendía la urgencia de una renovación cultural
y de una mejor preparación de los dirigentes socialistas. Por
el contrario, Bordiga rechazaba toda conexión entre acción
política e iniciativa cultural, considerando reformista toda
posición «cultural». En el seno de esta polémica,
Gramsci se propuso estudiar el concepto de cultura en relación
con el socialismo. En síntesis, su conclusión fue: 1)
No puede concebirse la cultura sólo como saber enciclopédico
en el cual el hombre no es visto sino bajo la forma de recipiente
que llenar de datos ,y hechos. Esta forma de cultura es verdaderamente
dañina, en especial para el proletariado. Esto no es cultura,
sino pedantería. 2) La cultura es organización, disciplina
del propio yo interior y toma de posesión de la propia personalidad,
es conquista de consciencia superior por la cual se logra comprender
el propio valor histórico, la propia función en la vida,
los propios derechos y deberes. 3) El hombre es, sobre todo, espíritu,
es decir, creación histórica y no naturaleza. No se
explicaría de otra manera por qué habiendo existido
siempre explotados y explotadores no se haya realizado aún
el socialismo. Ello quiere decir que toda revolución ha sido
precedida siempre por un intenso trabajo de crítica, de penetración
cultural. El último ejemplo es el de la Revolución Francesa
precedida por la Ilustración. El mismo fenómeno se produce
hoy para el socialismo. Es a través de la crítica de
la civilización capitalista como se está formando la
consciencia unitaria del proletariado, y crítica quiere decir
cultura y no ya evolución espontánea y naturalista.
Crítica quiere decir aquella conciencia del yo que Novalis
ponía como fin para la cultura.
Es obvio que, a pesar de los años transcurridos, este planteamiento
de Gramsci conserva toda su vigencia.
